El lado incómodo del nacionalismo digital en México
Últimamente, hablar de soberanía tecnológica en México se ha vuelto tendencia. Funcionarios, legisladores y hasta líderes empresariales insisten en que necesitamos independencia digital, plataformas nacionales, redes propias y servidores locales. Suena bien. En un mundo cada vez más interconectado, controlar los datos, proteger la infraestructura crítica y fortalecer la innovación local parecen objetivos deseables. Pero detrás del discurso del nacionalismo digital, hay zonas grises que vale la pena observar. ¿De verdad estamos preparados para producir tecnología propia? ¿O solo estamos disfrazando otros intereses?
¿Qué significa “soberanía digital” en la práctica?
En teoría, se refiere a la capacidad de un país para controlar sus propias tecnologías, proteger sus datos, y evitar la dependencia de corporaciones extranjeras. Es una respuesta legítima a problemas reales: espionaje, uso comercial de datos sensibles, y monopolios tecnológicos que dictan reglas desde el extranjero.
Países como Francia, Alemania o India han desarrollado sus propias nubes públicas, navegadores estatales y plataformas locales para reducir riesgos. En México, se han hecho propuestas para impulsar software mexicano, servidores nacionales y regulación más estricta a las big tech. Sin embargo, la ejecución de estas ideas ha sido lenta, improvisada o, en algunos casos, contradictoria.
La trampa del discurso patriótico
Hablar de soberanía digital apela al orgullo nacional, pero muchas veces se usa como escudo para justificar censura, vigilancia o control político. En algunos países, como Rusia o China, se han bloqueado redes sociales extranjeras en nombre de la soberanía, cuando en realidad se busca limitar la libertad de expresión.
En México, algunos sectores políticos han planteado la creación de plataformas propias para “garantizar el derecho a la información”, sin explicar quién las controlaría, cómo se asegurarían estándares técnicos, o qué mecanismos habría para evitar la censura. Cuando se propone que el Estado administre servidores o redes sociales “nacionales”, es legítimo preguntarse: ¿con qué garantías?, ¿bajo qué leyes?, ¿quién vigilaría al vigilante?
El talento está, pero no basta
México tiene desarrolladores brillantes, universidades de prestigio y una comunidad tech creativa. Pero eso no significa que podamos crear de un día para otro plataformas que compitan con Google, Meta o Amazon. No es una cuestión de nacionalismo, sino de inversión, continuidad y estrategia. Y ahí es donde falla el plan.
En vez de fortalecer proyectos existentes, el gobierno ha apostado por crear desde cero soluciones que muchas veces terminan abandonadas, obsoletas o ineficaces. El famoso “Internet para todos”, por ejemplo, sigue sin cubrir zonas clave. Proyectos de software libre estatal desaparecen con cada cambio de administración. Y lo que sí funciona, rara vez se escala.
Los riesgos de la centralización digital
Una red digital nacional suena bien hasta que se convierte en un espacio cerrado, vigilado y administrado por pocos. Cuando los datos, las conexiones y el contenido pasan por manos del Estado sin controles ciudadanos ni transparencia, se abre la puerta a abusos: desde espionaje hasta manipulación de información.
Además, la idea de crear un “ecosistema tecnológico mexicano” puede volverse excluyente si no se entiende que la innovación es colaborativa. En vez de cortar lazos con la tecnología global, deberíamos construir puentes con soberanía técnica, pero abiertos a estándares internacionales, código abierto y cooperación.
¿Qué debería significar soberanía digital para México?
1. Capacidad de decidir sobre el uso de nuestra infraestructura digital. No depender de políticas ajenas para mantener servicios básicos.
2. Protección real de los datos de los ciudadanos. Con leyes claras, instituciones autónomas y sanciones efectivas a quien abuse.
3. Fomento a la innovación local. No solo desde el Estado, sino con apoyo a startups, pymes tecnológicas y desarrolladores independientes.
4. Acceso equitativo a la conectividad. No se puede hablar de soberanía digital cuando millones siguen sin internet estable.
No todo lo que dice “nacional” es soberano
Etiquetar una plataforma como “mexicana” no garantiza que proteja mejor nuestros datos. Ponerle un nombre indígena a una app no la vuelve más democrática. Crear redes públicas sin consultar a expertos ni usuarios no fortalece la soberanía: la debilita. El nacionalismo digital sin capacidad técnica, sin apertura crítica y sin vigilancia ciudadana es solo una fachada.
Si vamos a hablar de independencia tecnológica, empecemos por exigir transparencia en contratos de software, educación tecnológica desde la secundaria, leyes que realmente protejan nuestros datos y proyectos que sobrevivan más allá del sexenio. La soberanía no se construye a gritos, ni con logos patrios. Se construye con conocimiento, responsabilidad y futuro.