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Hablar de salud mental ya no es tabú, pero aún es privilegio

El avance cultural que no alcanza a todos

Hablar de salud mental en México ya no es tan raro como hace una década. Ahora se publican campañas, se organizan charlas en universidades, se llenan redes sociales de frases sobre ansiedad, depresión o autocuidado. Pareciera que avanzamos. Pero detrás de ese aparente progreso, sigue habiendo una verdad incómoda: atender la salud mental sigue siendo un privilegio al que pocos pueden acceder realmente.

Del silencio al trending topic

Hace años, reconocer que uno tenía un problema emocional era sinónimo de debilidad o locura. Hoy, la conversación se ha abierto. Jóvenes y adultos hablan abiertamente sobre ir a terapia, sentirse abrumados o tomarse un “break mental”. Las redes han jugado un papel clave en esta transformación. No hay semana en que no se viralice un hilo sobre depresión o un video sobre cómo manejar la ansiedad.

Pero en medio de ese ruido digital, hay una gran diferencia entre hablar de salud mental y poder atenderla. No todos pueden pagar una consulta psicológica. No todos tienen tiempo para “conectar con su niño interior”. No todos viven en un entorno que entienda lo que les pasa.

¿Cuánto cuesta pedir ayuda?

Una sesión de terapia en México puede costar entre 400 y 1,200 pesos. Y no basta con una. Los tratamientos reales son procesos largos que requieren constancia. Para millones de personas, eso representa el equivalente a una semana de comida, transporte o renta. Incluso en centros públicos, las listas de espera son eternas y la atención es limitada.

Ejemplo claro:

Una trabajadora doméstica que sufre ataques de pánico no puede simplemente “agendar terapia” entre semana. Un joven con depresión en un municipio rural no tiene psicólogos cerca. Un estudiante de preparatoria que vive en un hogar violento difícilmente va a decir que necesita ayuda sin miedo al juicio o el castigo.

Normalizamos el colapso, pero no damos herramientas

Se ha vuelto común ver en redes frases como “estoy al borde del colapso”, “mi ansiedad no me deja dormir” o “la vida adulta me tiene al límite”. Hay una especie de orgullo irónico en compartir el cansancio o la angustia. Pero eso no es atención: es resignación pública. Lo difícil no es decir “me siento mal”; lo difícil es encontrar una salida real.

¿Y el Estado? Bien, gracias

El sistema de salud pública en México sigue sin priorizar la salud mental. Los psicólogos en centros de salud son escasos, muchas escuelas no tienen personal capacitado y las campañas gubernamentales son superficiales. Además, hay poca coordinación con instituciones educativas o laborales, donde los problemas suelen detonarse o visibilizarse primero.

Mientras tanto, se acumulan los suicidios, las adicciones, las crisis nerviosas en adolescentes, los empleados con burnout, las madres en colapso emocional. Y lo que se escucha es: “échale ganas”.

Entre la visibilidad y la banalización

No todo lo que se comparte en redes ayuda. A veces, hablar tanto del tema sin contexto profesional trivializa los trastornos. Diagnósticos exprés como “tengo TDAH” o “soy bipolar” circulan sin respaldo, y miles se automedican o se autodefinen a partir de contenido superficial. La salud mental no es tendencia, es una necesidad básica que merece más que likes.

¿Qué sí podemos hacer?

Además de exigir más recursos y políticas públicas serias, también toca responsabilidad colectiva. Validar cuando alguien expresa que se siente mal. No minimizar. No burlarse. Hablar no solo en redes, sino en casa, en la escuela, en el trabajo. A veces el primer paso no es una terapia cara: es que alguien escuche sin juzgar.

Una conversación que apenas comienza

Es positivo que la salud mental ya no sea un tema tabú. Pero que se hable no significa que se atienda. Y que se atienda en ciertas zonas o niveles socioeconómicos no significa que llegue a todos. Mientras no exista acceso equitativo, esta batalla seguirá siendo una conversación pendiente entre quienes pueden pagarla y quienes solo pueden cargarla.

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