Obesidad infantil en México: el monstruo que crece sin control
Mientras en los discursos oficiales se habla de salud y prevención, en las escuelas, en los hogares y en los tianguis de México, una realidad se impone: la obesidad infantil sigue creciendo. Y lo hace a pasos tan acelerados que ya no es un problema a futuro, es una emergencia del presente. Casi uno de cada tres niños mexicanos tiene sobrepeso u obesidad. Y lejos de mejorar, la tendencia sigue subiendo.
¿Por qué México es uno de los países con más obesidad infantil del mundo?
La respuesta es compleja, pero empieza con el entorno. En la mayoría de colonias, barrios y comunidades, lo más barato y accesible no es lo más saludable. Una bolsa de papas cuesta menos que una fruta. Una bebida azucarada está más fría y disponible que el agua potable. Y en casa, muchas veces no hay tiempo, dinero ni información para cocinar de forma balanceada.
Además, las escuelas están lejos de ser aliadas. Aunque existe una normatividad para vender solo alimentos saludables en los planteles, en la práctica el 80% de las cooperativas escolares siguen ofreciendo productos ultraprocesados: galletas, frituras, refrescos, dulces. Nadie vigila. Nadie regula. Y los niños lo consumen todos los días.
No es solo estética: es salud rota desde la infancia
La obesidad infantil no es un problema de “niños gorditos”. Es el inicio de una cadena de enfermedades que antes solo veíamos en adultos: diabetes tipo 2, hipertensión, hígado graso, apnea del sueño. Niños de 10 años que ya toman medicamentos para controlar la glucosa. Adolescentes con presión alta y riesgo cardiovascular. Esto no es exageración. Es el nuevo rostro de la crisis sanitaria silenciosa.
Además del cuerpo, afecta la mente. La discriminación, el bullying y la baja autoestima son parte del paquete. Y la escuela, en vez de contener, muchas veces refuerza el estigma.
La pandemia empeoró todo
El encierro por COVID-19 cerró escuelas, eliminó clases de educación física y obligó a muchos niños a pasar más tiempo frente a pantallas y menos en movimiento. El resultado fue una ganancia de peso acelerada. Sin espacios seguros para jugar y sin rutina, el sedentarismo se volvió norma. Y con ello, los malos hábitos se consolidaron aún más.
Los padres no siempre lo notan
En muchos hogares, el sobrepeso no se percibe como problema. Incluso se interpreta como signo de que el niño “está bien alimentado”. La falta de orientación médica, los estereotipos culturales y la normalización del consumo de productos procesados hacen que el problema se minimice… hasta que ya es demasiado evidente o clínico.
Publicidad y entorno tóxico
Mientras se habla de “educación nutricional”, los niños están expuestos todos los días a campañas agresivas de productos chatarra. Caricaturas, promociones, redes sociales, youtubers y personajes animados diseñados para atraer menores. Aunque se han regulado algunos aspectos de la publicidad, aún existe un bombardeo diario que refuerza hábitos alimenticios perjudiciales.
Además, muchos de los productos que se venden como “saludables” en realidad no lo son: cereales llenos de azúcar, barras “energéticas” procesadas, bebidas “light” con edulcorantes. El marketing hace su parte, y los padres caen por falta de información real.
¿Qué se está haciendo y por qué no alcanza?
Existen políticas públicas que intentan frenar el problema: etiquetado frontal de advertencia, regulación en escuelas, campañas de alimentación saludable. Pero el impacto ha sido limitado. Falta vigilancia, presupuesto, continuidad y, sobre todo, voluntad política para enfrentar a las grandes empresas de alimentos procesados.
Además, los programas suelen ser genéricos. No basta con decir “come frutas y verduras” si no hay acceso real, si el mercado está lejos, si la comida rápida es lo único que hay en la cuadra.
¿Qué se puede hacer desde casa?
- Eliminar los productos ultraprocesados del consumo diario. No tienen por qué ser parte de la despensa regular.
- Ofrecer agua simple como bebida base. Las aguas “naturales” muchas veces están saturadas de azúcar.
- Dar el ejemplo en casa. Si los adultos comen mal, los niños también lo harán.
- Fomentar actividad física todos los días. No se necesita gimnasio: basta jugar, caminar, moverse.
No hay solución mágica, pero sí decisiones urgentes
La obesidad infantil no se va a resolver con folletos o campañas de “plaquita saludable”. Se requiere un cambio profundo en políticas alimentarias, espacios públicos, prácticas escolares y hábitos familiares. Y todo eso empieza por asumir el problema en serio, sin culpas, pero con responsabilidad.
Porque cada año que pasa sin actuar, se traduce en generaciones de adultos enfermos, un sistema de salud colapsado y una calidad de vida cada vez más deteriorada. El tiempo para actuar no es mañana: es ya.