Cultura del streaming: cómo cambió la forma en que consumimos arte y entretenimiento
Ir al cine, comprar un disco, asistir a una obra de teatro. Hace apenas dos décadas, esas eran las formas más comunes de disfrutar el arte y el entretenimiento. Hoy, con un par de clics, puedes acceder a películas, música, series, documentales, videojuegos y hasta museos desde tu celular. El streaming no solo transformó el acceso, también cambió los hábitos, las prioridades y hasta las expectativas del público mexicano.
La explosión del contenido digital
Netflix, Spotify, YouTube, Prime Video, Disney+, HBO Max, Star+, Apple TV, y ahora también plataformas como TikTok o Twitch. La oferta es abrumadora. La mayoría de los mexicanos con acceso a internet tiene al menos una suscripción activa, y muchos combinan varias. Además, plataformas gratuitas como YouTube o TikTok permiten acceso constante a entretenimiento sin necesidad de pagar.
Esto ha generado un fenómeno clave: la inmediatez como norma. Queremos contenido ya, sin esperar horarios, sin comerciales, sin restricciones. Maratoneamos series, pausamos películas, saltamos canciones. El consumidor manda, no el medio.
¿Qué pasa con el cine, el teatro o la música en vivo?
Las industrias tradicionales han tenido que adaptarse o quedar fuera. Las salas de cine enfrentan bajas de audiencia desde antes de la pandemia, y aunque las superproducciones aún llevan público, las películas medianas o autorales ahora encuentran más espacio en streaming.
El teatro ha incursionado en transmisiones en vivo o grabaciones para plataformas culturales. Y aunque la experiencia en vivo no se reemplaza, la digitalización ha sido una herramienta para sobrevivir.
La música en vivo, por otro lado, ha vivido una paradoja: mientras más se consume en línea, más se valora el concierto presencial. Pero los artistas independientes tienen que moverse en ambas vías: viralizarse en plataformas y luego vender boletos en físico.
La personalización lo cambia todo
Una de las claves del éxito del streaming es su capacidad de entender al usuario. Algoritmos que te recomiendan contenido según tu historial, tu ritmo, tu ubicación. Esto crea experiencias más íntimas, pero también burbujas: vemos solo lo que nos gusta o lo que se nos parece. Se pierde el riesgo, la sorpresa, lo inesperado.
Además, hay un cambio en la forma de ver: se consume más contenido, pero con menos atención. Se “escucha” música mientras se trabaja, se “ve” una serie mientras se chatea, se pasa de un video a otro sin terminar ninguno. El entretenimiento se volvió multitarea.
¿Qué pasa con los creadores mexicanos?
El streaming ha abierto puertas, pero también ha creado nuevos desafíos. Los artistas ahora tienen que producir, distribuir y promocionar sus obras en un entorno competitivo y saturado. La industria del streaming favorece a quienes entienden el algoritmo, no solo a quienes tienen talento.
En plataformas como YouTube o Spotify, el contenido mexicano ha logrado posicionarse: música regional, pop, comedia, crítica social. Pero muchas veces los ingresos no reflejan el impacto. Monetizar en plataformas depende de vistas, suscripciones o patrocinadores, lo que obliga a los creadores a volverse también estrategas digitales.
Series, cine y documentales: la nueva narrativa nacional
El streaming también ha permitido contar historias que antes no cabían en la televisión abierta. Temas LGBT+, violencia, crimen, ciencia ficción, periodismo de investigación. Muchas series y documentales mexicanos han logrado impacto internacional gracias a estas plataformas.
Algunos ejemplos: Somos (Netflix), Caníbal: indignación total (Prime Video), El show: crónica de un asesinato (Vix), entre otras. Producciones que no solo entretienen, también reflejan una parte incómoda y real del país.
¿Es el streaming un lujo o una necesidad?
En un país con desigualdad digital, el acceso a plataformas también refleja una brecha. No todos pueden pagar una suscripción, tener datos móviles suficientes o contar con dispositivos adecuados. Por eso, muchos recurren a plataformas gratuitas o incluso piratería digital.
Aun así, el streaming se ha vuelto parte de la vida diaria. Se usa no solo para entretenimiento, sino para educación, capacitación, incluso salud mental. Se ha convertido en una forma de compañía para millones.
Lo que viene: ¿más o mejor contenido?
El futuro del streaming no está en ofrecer más contenido, sino en ofrecerlo mejor. Ya hay señales de saturación: los usuarios se quejan de que “no hay nada que ver” entre miles de opciones. El desafío será curar, no solo lanzar. Apostar por calidad, no solo cantidad.
Además, las plataformas ya exploran modelos con anuncios, interactividad o incluso inteligencia artificial para crear experiencias a medida. El entretenimiento será más personalizado, pero también más dependiente del análisis de datos.
Conclusión: un país frente a la pantalla
La cultura del streaming transformó los hábitos del público mexicano: cómo, cuándo, cuánto y qué consumimos. Pero también transformó a los creadores, las industrias culturales y las reglas del juego. La pantalla ya no es solo una ventana al mundo: es el escenario donde se construye nuestra experiencia cotidiana del arte y el entretenimiento.
Y mientras todo siga a un clic, el reto no será acceder al contenido. Será elegir bien entre tanto ruido.