Por Juan Pérez, Columnista Senior de Opinión Internacional para El Faro.
El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marca un punto crucial en la geopolítica contemporánea. Sus políticas previas, basadas en la doctrina de “América Primero”, anticipan un escenario de repliegue hacia el nacionalismo y un enfoque menos cooperativo en asuntos internacionales. Para los migrantes, la perspectiva no es alentadora; el endurecimiento de políticas fronterizas y posibles restricciones adicionales podrían exacerbar la incertidumbre y el sufrimiento en las comunidades migrantes.
En el plano bélico, la administración de Trump ha demostrado una visión ambivalente: busca evitar conflictos abiertos, pero su retórica y decisiones pueden intensificar tensiones preexistentes. Con la guerra en Ucrania aún en desarrollo, su relación distante con la OTAN y su enfoque más pragmático hacia Rusia podrían implicar una redefinición de los compromisos estadounidenses en Europa del Este, planteando preguntas sobre el equilibrio de poder en la región.
En cuanto a China, las fricciones comerciales y tecnológicas que definieron su primer mandato podrían reaparecer con más fuerza. Su política de contención y presión podría contribuir a una escalada en las disputas económicas, mientras se ve cómo los acuerdos previos podrían ser revisados o desechados.
Respecto a Rusia, Trump ha buscado en el pasado mantener un equilibrio estratégico, lo que podría traducirse en una distensión controlada, pero al costo de tensiones con aliados tradicionales de Estados Unidos. Esto abre la posibilidad de una política exterior más impredecible y menos sujeta a los marcos diplomáticos tradicionales.
El mundo debe prepararse para un mandato que podría alterar el sistema multilateral y modificar alianzas. Trump ha demostrado que no teme romper paradigmas, y su liderazgo podría traer consigo tanto oportunidades inesperadas como riesgos complejos en la ya volátil escena internacional.